miércoles, 7 de febrero de 2018

PENSAMIENTOS 17. Eugenio D'ors (I)


 


Nació en Barcelona el 28 de septiembre de 1882, en el seno de una familia burguesa. Recibió su primera educación en el hogar. En 1898 ingresa en la facultad de Derecho. Al año siguiente publica algunas “narraciones arbitrarias", más tarde vertidas al castellano, integrando el volumen “la muerte de Isidro Nonell" (1905). En esta primera época colaboró como periodista en “La veu de Catalunya” y se enfrascó en la lectura de los clásicos de la filosofía. En 1901 tomó parte en las tareas del primer Congreso Universitario Catalán, defendiendo una ponencia, adoptada por unanimidad, a favor del establecimiento de una facultad laica de estudios teológicos. Licenciado en 1905, se mudó a Madrid  para realizar los estudios del doctorado, a la vez que cursa estudios de Filosofía y Letras. En 1906 se trasladó a París, continuando sus estudios en la Sorbona y en le College de France. Pensionado en 1908 por la diputación de Barcelona para estudiar la organización de la enseñanza superior, se inició en los trabajos de psicología en el laboratorio de la Clínica de Santa Ana de París. En agosto de ese año asistió al Congreso de Filosofía de Heidelberg; uno de los trabajos presentados, “Religio est libertas”, suscitó viva discusión. Prepara varios trabajos sobre psicología y psiquiatría y asiste al VI congreso Internacional de psicología de Ginebra en 1909; allí lee una ponencia.  Con el fin de introducir en Cataluña la vida científica moderna, publicó en 1911, en la revista Cataluña, un programa de intervención en la política cultural del país. La iniciativa fue bien acogida por Prat de la Riba, presidente de la Diputación provincial, quien le dio a D’Ors el cargo de Secretario del Institui d’Estudis Catalán, encomendándole el fomento de las ciencias y la filosofía. Después de doctorarse en Filosofía  por la Universidad de Madrid en 1913, con una tesis sobre las paradojas eleáticas, oposita a una cátedra en  Barcelona, pero sin éxito. Al morir Prat de la Riba, D’ors pierde el favor institucional del que había gozado –fue director de Instrucción Pública de la Mancomunidad de Cataluña- y acaba siendo destituido de sus cargos. En 1920 abandona el catalán como lengua escrita y se traslada a Madrid, donde sigue publicando sus glosas bajo el nombre de “nuevo glosario”. Durante esta etapa se ganará la vida como reconocido conferenciante, viajando por Hispanomérica y parte de Europa. Incómodo con la república, se refugia en París, pero regresa a la zona nacional  al estallar la guerra, fijando su residencia en Pamplona. Milita en la Falange y obtiene diversos cargos, entre ellos, la jefatura nacional de Bellas Artes en 1938. Al finalizar la guerra se le encomienda el rescate de los fondos del Museo del Prado, que habían sido puestos a recaudo en Ginebra por políticos republicanos. Durante los últimos años vivió en Madrid colaborando como articulista de lujo para los principales diarios de la época. En la Universidad de esta ciudad se creó expresamente para él la cátedra de la Ciencia de la Cultura. Un año después, en 1954, fallecía en Vilanova i la Geltrú mientras preparaba un curso de verano.

Para José María Valverde, D’Ors se convirtió en una figura goethiana, con poderes de ministro en Cataluña pero, que queda descolocado a la muerte de su mentor, Prat de la Riba, hasta el punto de que pasa a escribir en castellano en 1917 y ya no logra añadir nada nuevo a su estilo ni a su doctrina filosófica. Según palabras del propio D'Ors, su tarea era ir contra Voltaire con las armas del mismo Voltaire. Finalmente encontró en Nietzsche un enemigo de mayor enjundia. El método que utilizaba en sus glosas era ir ascendiendo de la anécdota a la categoría; solía arrancar glosando un hecho al que teñía de humor y remataba con una conclusión teórica que daba al género del periodismo un empaque de seriedad.

Se puede definir la filosofía de D’ors, según Ferrater Mora, como una superación del pragmatismo, un intelectualismo basado en el “seny”, el órgano que capta la realidad y que se opone por igual a la intuición y a la razón abstracta. Su vida y obra está presidida por la “heliomaquia”, una constante lucha de la luz contra la oscuridad. En esta heliomaquia se puede ver lo característico de la reflexión mediterránea. Mediante la razón se contienen las fuerzas de lo irracional y se da forma a la materia. José Luis Aranguren ha visto en esta heliomaquia un principio ético que se expresa en el afán de ilustración, en una misión por dar luz a la sociedad de su tiempo. El núcleo de su filosofía irradia ya desde un principio de su libro “El hombre que juega y que trabaja” (1914), donde se concibe al hombre como un ser que actúa con otras realidades distintas de sí mismo. Al igual que en la obra filosófica de Schiller, D’ors ve la esencia de lo humano en el “homo ludens” y concibe el juego como esa dimensión que hace que el hombre vaya explorando su propia libertad: “religio est libertas”.

Partiendo de esta filosofía del juego y de la luz y sustentando como principios el orden, la claridad y la armonía –su divisa délfica será: “ordénate a ti mismo”-, D’ors va a desplegar un sistema filosófico que consta de una dialéctica, una poética y una patética. La dialéctica se basa en el diálogo y la ironía. El hombre se desarrolla al entrar en contacto con otras realidades distintas de sí mismo y ha de dialogar con ellas para entenderse a sí mismo y todo lo que le rodea. Este diálogo se establece cada vez que al pensamiento propio se incorpora uno ajeno o se logra una síntesis que salva las posiciones antagónicas. La ironía desempaña un papel mediador para que este diálogo no se convierta en un monólogo. "Diálogo hay cuando, de cualquier manera, el autor toma en cuenta el pensamiento ajeno y lo incorpora al propio", o bien establece entre dos pensamientos un modo de oposición o contraste.

Ya desde sus primeros libros va a preocupar a D'Ors el problema del mal. El pecado, al introducir un principio de desorden, provoca una ruptura en el orden de la naturaleza y se inicia la caída con la puesta en marcha  del devenir y de la temporalidad. También es importante para su poética la teoría del ángel, desarrollada en su “introducción a la vida angélica” (1939). El hombre es un ser tripartito: su parte estrictamente humana está lindando con la región satánica y con la angélica. El centro propiamente humano, representado por la consciencia, y en donde habita el alma, se acrece o amengua según que se relacione más o menos con el extremo subconsciente o con el supraconsciente. El destino y la personalidad surgen del diálogo que establece el alma con sus otras dos instancias. El yo auténtico lo representa el ángel, a quien el hombre ha de tratar de aproximarse. Es decir, se trata de hacer madurar nuestro yo supremo liberando nuestra personalidad más pura y desprendiéndola de los elementos impuros de las primeras etapas de la vida. Para liberar al ángel es conveniente recibir la acción bienhechora de un pedagogo que practique con nosotros la mayéutica. Lo esencial de la humanidad se hallaría en el esfuerzo de responder a la llamada del ángel, principio de trascendencia que nos arranca de lo terrestre para elevarnos hacia lo uno, hacia Dios.

Una de las propuestas interesantes de D’Ors es su reforma kepleriana de la filosofía, que hace pivotar sobre dos principios: el de función exigida y el de participación. La diversidad de lo real no se ordena en torno a un centro (circularmente), sino en torno a centros (elípticamente) mostrando un proceso de síntesis, participación y jerarquía. La razón debe abandonar su funcionamiento mecanicista y comenzar a ser intuitiva y flexible. Una razón que ya no opera bajo los principios de identidad ni de razón suficiente. El universo ya no funciona como un mecano sino como una sintaxis, donde los seres no se agregan sino que participan unos en otros y forman jerarquías.

Dentro de la poética, D’ors inserta la ciencia de la cultura. Para que la historia pueda considerarse ciencia filosófica ha de depurar lo que tiene de temporal y contingente y elevarse a lo universal y eterno. De esta forma es posible vislumbrar la metahistoria que constituye el fondo de la Historia, es decir, la historia de la cultura.  La historia de la cultura se manifiesta en una serie de constantes históricas, a las que D’ors denomina “eones”: categorías arquetípicas que se insertan en la trama de la historia y que recurren a través de las épocas. “Un eón es una idea que tiene biografía”, según la definición de D'ors. Todo eón es más abstracto que un concepto, pero menos individual que un hecho histórico. Los eones presentan una estructura dicotómica: son lo viril y lo femenino, el lenguaje y el silencio, la fuerza y la dulzura, el orden y el desorden, la autoridad y la anarquía, lo clásico y lo romántico, el imperio y la dispersión, lo ecúmeno y lo exótero.  A pesar de estos avatares en los que se manifiesta la historia, el mundo se eleva por encima de ellos y va evolucionando hacia el imperio universal. Todos los eones pueden ser resumidos en dos: lo clásico y lo barroco. En estos dos eones fundamenta D’Ors su doctrina estética. El clasicismo se identifica con la razón, la unidad, el elemento apolíneo y la belleza. Lo barroco aparece siempre como multiplicidad y representa el predominio de lo instintivo y dionisiaco. Lo barroco es un estilo de barbarie; lo clásico representa a la civilización. Por su defensa de una razón figurativa y de la mesura y el orden, D’Ors se decantará siempre por adoptar un estilo clásico.

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Qué es vivir?
Vivir es gestar un ángel para alumbrarlo en la eternidad.
 
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Todo pasa. Pasan pompas y vanidades. Pasa la nombradía como la oscuridad. Nada quedará en fin de cuentas. De lo que hoy es dulzura o el dolor de tus horas, su fatiga o su satisfacción. Una sola cosa te será contada y es TU OBRA BIEN HECHA.
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Exorcizar el tiempo. No condenándole como Platón a muerte sino a cadena perpetua.
 
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En todo trabajo y en todo juego se esconde una semilla de eternidad. Filosofar es hacer germinar y florecer una semilla de eternidad que los juegos y trabajos encierran. Y esto sin que se deje de trabajar y jugar. Pero suspendido, a cada instante, el trabajo y el juego.







 
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 La eternidad de las cosas es su forma: lo más espiritual de los seres es su contorno puro.
 
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¿Qué es meditar? Meditar es sacrificar una porción de sensaciones a un pensamiento.
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¿Qué es hablar? Es sacrificar una porción de pensamientos a otro.
 
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¿Qué es Poesía? Es sacrificar una porción de palabras a una palabra en la cual se halla representado, además del valor propio, el de todas las otras palabras no dichas.
 
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La aversión a la jerarquía tiene la misma fuente que la iconoclastia. Se es antijerárquico, como se es iconoclasta, por la dificultad de representarse exactamente las cosas en el espacio.
 
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Haz cada día aquello que te repugne más, una sola vez, antes de irte a la cama, para que el reposo sea como el premio del esfuerzo máximo.
 
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 La excepción arquetípica se llama genio. La excepción solitaria se llama monstruo.
 

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No hay más que una enfermedad que se llama soledad.
 
 
 
 
 


 

 
 
 
 
 

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