viernes, 6 de abril de 2018

POETAS 122. Robert Frost (I) ("La voluntad de un joven")





Robert Lee Frost nació en San Francisco un 26 de marzo de 1874 y murió en Boston el 29 de enero de 1963. Ha sido considerado por muchos como el mejor poeta norteamericano del siglo XX y es el único escritor que ostenta cuatro premios Pulitzer. Howells, al reseñar la obra de Frost, dijo que se trataba de la vieja poesía tan nueva como nunca; James M. Cox apostilló que podría ser una nueva poesía tan vieja como la que más. "Nueva en su ritmo, en su fino escepticismo, que la liberaba de la moralidad y la aridez de la tradición gentil, se introdujo en el lenguaje corriente de la región elevándolo a unas alturas de ternura, sabiduría y belleza que ningún poeta americano había logrado hasta entonces". La poesía de Frost tiene la virtud de permanecer en la imaginación, proporcionando consuelo y alivio, así como un sentido coherente del mundo. Randall Jarrell ha expresado lo mismo de otra manera: ”Cuando conoces los poemas de Frost sabes sorprendentemente bien cuál era la apariencia del mundo para un hombre”.


Su padre provenía de una familia de granjeros de Nueva Inglaterra y su madre era hija de un capitán de barco que  había nacido en Escocia. La infancia del poeta se va a ver marcada por la confesión swedenborgiana de la madre, quien se encargará personalmente de la educación de los hijos: a menudo se lee en casa textos de Shakespeare, Poe, Emerson, y literatura clásica y romántica. El padre morirá con tan sólo 34 años, tras constantes periodos de depresión alternados con su desmedida afición al juego. Después de la muerte del padre, que deja huérfano a Robert con 9 años, la familia se mudará a Salem bajo la tutela del abuelo paterno. La madre se dedicará a la enseñanza en Lawrence, mientras el hijo se convierte en un estudiante aventajado que además comienza a interesarse por los asuntos más varios; en sus poemas dejará registro de su vasta curiosidad: la botánica, la biología y la astronomía serán motivos recurrentes. Frost se dedica, durante los periodos de vacaciones, a las labores más variadas, ya sea en granjas y fábricas de la región o repartiendo periódicos. En su último año de instituto comienza a publicar sus primeros poemas, a la vez que conoce a Elinor Miriam, con quien iniciará un noviazgo lleno de vaivenes que a la postre terminará en casamiento. Ingresa en la Universidad de Dartmouth, pero a los pocos meses abandona sus estudios para regresar a Salem, donde comienza a ayudar a su madre en la enseñanza de los alumnos más díscolos, a la vez que trabaja en una fábrica de lámparas. Es en este periodo, en el que se vuelca en la lectura de Shakespeare, cuando tiene lugar un acontecimiento que marcará su devenir y que va a evocar más tarde en el poema “Kitty hawk”. Tras el enésimo intento frustrado de pedir en matrimonio a Elinor, Robert Frost toma un tren hasta Dismal Swamp (“pantano lúgubre”) y allí se interna a pie durante kilómetros con la intención de quitarse la vida. El poema en que evoca este lúgubre episodio nos da noticia de que es rescatado tres semanas después, y llevado de vuelta a casa a través de un periplo lleno de aventuras en trenes de mercancías.


Al fin, Elinor y Robert contraen matrimonio en Lawrence y comienzan a vivir en la casa familiar con la madre y la hermana de Frost. El poeta consigue entrar en la prestigiosa universidad de Harward, donde entra en contacto con una pléyade de profesores que dejarán huella en su formación: Santayana y William James serán los más destacados. Allí cursa asignaturas de geología, filosofía, psicología, alemán, latín y griego. A pesar de su excelente aplicación, tampoco en esta Universidad llega a graduarse, pues al poco decide iniciar una vida de granjero en una granja avícola, logrando, de paso, fortalecer su delicada salud. A pesar de que por esta época le nace su segundo hijo, la muerte del primero y de su propia madre comienza a dejarle los primeros sinsabores y se le empiezan a manifestar los signos de una incipiente depresión que ya había atenazado al padre. En la nueva granja del abuelo, al sur de New Hampshire, la salud se le resquebraja más todavía, teniendo que soportar periodos de fiebre, pesadillas y dolores en el pecho, lo que no le impedirá acometer las duras labores de labranza, que serán también los afanes de los personajes que pululan por los poemas que va componiendo durante las noches. Antes de 1906 ya le han nacido otros tres hijos. En ese año abandona las tareas de campo para dedicarse a la enseñanza de literatura y psicología. Pero la poesía, que es dedicación a la que Robert Frost quiere consagrarse, no le ofrece los frutos deseados: ningún editor quiere publicar sus poemas, lo que le produce una gran frustración. Ante esta situación de desaliento, en 1912 la pareja vende la granja de Derry y prueba fortuna en Inglaterra con  el propósito por parte de Robert de centrarse en la escritura. Un año después de su estancia en Inglaterra, Frost consigue su propósito de ver publicado su primer libro de poemas: se trata de su libro “La voluntad de un joven". Pese al título, Robert Frost ha tramontado ya su primera juventud y se acerca a la madurez: tiene 39 años. Durante su estancia cerca de Londres, Frost va a conocer a una serie de poetas y escritores que van a dejar huella en la literatura mundial: Ford Madox Ford, Walter de la Mare, Robert Graves, Ezra Pound y Yeats. Pero van a ser los llamados poetas georginos los que le influyan  -sin sucumbir a su superficialidad-, más interesados estos por las cosas del campo, con un sesgo realista, y que se inspiraban en la vida diaria de los hombres corrientes que hablan un lenguaje coloquial y directo.


“La voluntad de un joven” será un libro bien recibido que encierra una especie de retrato del artista adolescente. Son poemas que beben del espíritu de Emerson y Thoreau. Se ha dicho que con este poemario, Frost elevó el lenguaje coloquial e informal al reino d la poesía. A juicio de Andrés Catalán, el libro dibuja una trayectoria que comienza en el miedo y acaba en el amor. Se trata de un poemario de tránsito: de tránsito de una estación a otra que viene marcada por el ciclo de fertilidad del campo, pero también se hace notar esta transición en los tonos de voz. Se trata de un libro bisagra entre el Frost lírico y subjetivo de sus años americanos y el Frost que al llegar a Inglaterra se preocupará por dar a sus poemas una atmósfera dramática, como ocurre en su segundo libro, “Al norte de Boston”. Con este último libro, Frost se aparta de la subjetividad que impregnaba el primero y se centra en las vidas ajenas de la gente trabajadora de Nueva Inglaterra. Acuña su voz, sencilla y directa, pero a menudo escurridiza, con esas dobleces características que harán precisar una doble lectura y múltiples interpretaciones bajo su engañosa máscara literal. Harold Bloom habla de una ironía “particularmente sombría en la que no se trata tanto de decir algo queriendo decir otra cosa, sino de lograr que el significado desande el camino andado y deshaga lo que quiso decir”.  En este libro utiliza el verso blanco en pentámetro yámbico, que ya Shakespeare probaría con fortuna. Con este libro se le etiquetó como poeta de la naturaleza por su predilección por las cosas de la gente del mundo rural. Pero toda simplicidad en Frost es siempre aparente y falaz, pues supo extraer de este contacto entre el hombre y la naturaleza correspondencias simbólicas de alcance universal. No se trata de la naturaleza amable que aparece de fondo en los poetas bucólicos, sino de una naturaleza áspera y difícil que da a los hombres el fondo trágico en el que se desenvuelven y que a menudo resulta indiferente a sus pasiones. 

Estos dos primeros libros de Frost acotan  lo que se ha llamado su mundo pastoral. Su labor como  profesor de latín le introdujo en la tradición pastoral encarnada en los poemas de Teócrito y Virgilio. Pero el poeta pastoral no escribe poemas simples para sus vecinos rurales. Se trata de un poeta refinado por la cultura que toma el mundo pastoral como una fuente de inspiración para dar con símbolos universales. Sustenta la creencia de que el mundo rural es representativo de la sociedad humana en general. En el duro mundo rural de Frost, el hombre y la naturaleza se ven regidos por lo que el Destino ha ordenado. El resultado es un estoicismo conformista ante la ineluctable fuerza de los acontecimientos.


Ante la amenaza de la guerra y una apurada situación económica en Europa, Robert Frost decide regresar a su patria precisamente en el momento en que los escritores de la generación perdida dan el salto al continente europeo. La publicación en su propio país de sus dos libros envuelve la vuelta de Frost en un cierto halo de celebridad poética. De la noche a la mañana Frost se había convertido en el poeta más leído. Instalada toda la familia en una granja de New Hampshire, Frost comienza a alternar su trabajo como escritor con la enseñanza y la impartición de conferencias. No obstante su vocación por la enseñanza, el tiempo que tenía que dedicarle le obstaculizaba su tarea como poeta. “Tengo que enseñar o escribir –declaró en una ocasión-: no puedo hacer las dos cosas a la vez. Pero tengo que vivir”. En 1916 publica su tercer libro, “Un valle en las montañas”. Contendrá algunos de los mejores poemas de Frost, como “el camino no elegido”, pero el libro se resiente de una estructura más endeble que la de sus dos primeros libros. A principios de los años veinte la familia dejará la granja de new Hampshire por una casona del siglo XVIII en Vermont. Frost imparte clases en Ripton, Michigan y Amherst.

En 1923 publica su cuarto libro “New Hampshire”, que parodia en su formato “la tierra baldía” de T. S. Eliot. Comienza a ser frecuente en sus poemas el sesgo filosófico. Los asuntos de sus poemas se hacen más concretos y los diálogos más abstractos: los personajes representan posiciones sociales y filosóficas. El premio Pulitzer que recibe al año siguiente por este libro le abrirá la puerta de las universidades con diversos doctorados honoríficos. Su segundo Pulitzer se lo lleva con su “Poesía reunida” de 1930. Ese mismo año es elegido miembro de la Academia Americana de las Artes y las Letras. La década de los treinta está lastrada por la desaparición de gran parte de su familia. Primero fallece su hermana, cinco años más tarde, en 1934, muere su hija Marjorie de una larga enfermedad, y, finalmente, el cáncer que se le manifiesta a su mujer Elinor acabará con su vida en 1938. El suicidio con un rifle de caza de su hijo Carol en 1940 acaba sumiendo al poeta en una severa depresión. Sin embargo, los éxitos no habían dejado de acompañarle: “una cordillera más lejana”, 1936, le vale su tercer premio Pulitzer. Su siguiente libro, “Arroyo hacia el oeste”, preludia el compromiso político en asuntos públicos que proseguiría en sus últimos libros. Los protagonistas de sus poemas comienzan a estar rodeados de soledad; la naturaleza comienza a adquirir tintes siniestros y se convierte en un sinsentido para el hombre. En el momento de su publicación, el libro fue tachado de reaccionario por las consideraciones políticas o filosóficas de algunos de sus poemas.

Después de morir su mujer, Frost deja de dar clases por una temporada e inicia una relación sentimental con Kathleen Morrison, quien se convertirá en su secretaria. Se muda a Boston y adquiere una granja, a la vez que dirige un seminario en Harvard. En 1942 publica “un árbol testigo” –nuevo premio Pulitzer que le convierte en el único escritor con cuatro-, donde una nueva preocupación asoma: la de delimitar la frontera entre el mundo exterior y la práctica poética. Robert Lowell decía que los temas que obsesionaban a Frost –la soledad, la muerte, los límites humanos- se combinaban en un único tema, “el de un hombre que se abre paso a través de lo informe, lo anárquico y lo libre, hacia la nieve, el aire, el océano, el desierto, la desesperanza, la muerte y la locura. Cuando los límites se alcanzan, y a veces se sobrepasan, el nombre vuelve”.

En la década de los 40 publica "la Flor del campanario", donde da rienda suelta a sus preocupaciones religiosas, científicas o tecnológicas. En 1949, su "Poesía completa" le congracia con un público que había empezado a darle la espalda. Las posturas que adoptó Frost al final –en los últimos poemas, así como en su vida- le restaron crédito entre críticos académicos, que prefirieron la obra más difícil de T. S. Eliot, Ezra Pound y Wallace Stevens al verso pastoral directo y sencillo que no precisaba de ninguna exégesis crítica. William Prithchar ha destacado cómo “Las dos últimas décadas de su vida fueron las de un hombre cuyas producciones como poeta, por primera vez en su carrera, ocuparon una posición secundaria tras su vida como figura pública, autoridad, institución, emisario cultural”. En sus últimos años Frost se convierte, por tanto, en un hombre público eminente: recibe honores, títulos y galardones, el Senado firma una resolución para celebrar su cumpleaños, La Casa Blanca le convierte en un invitado habitual en sus cenas. En 1960 recibe la medalla del Congreso y, tras la elección de John F. Kennedy, se convierte en el primer poeta al que se solicita un poema para la ceremonia de toma de posesión. Muere con 88 años, el 29 de enero de 1963, después de haber sido operado de cáncer el año anterior.

Robert Frost es conocido por una interesante teoría poética que ha tenido repercusión: lo que él llama “el sonido del sentido”: La frase establece dos polos entre los que pivota el significado, que puede hacer resaltar el poema-como –música o el poema-como-significado. La tesis principal de Frost es que un poema dice algo antes de ser entendido; “La mejor forma de oír el sonido abstracto del sentido –escribió una vez por carta a un amigo- es desde las voces que se oyen a través de una puerta que corta las palabras”. Se trata, como recuerda Andrés Catalán, de un intrincado tejido a base de ritmo y metro, que desdeña el verso libre –pues sería como “jugar al tenis sin poner la red”-, donde el metro se convierte en una especie de red doble para apresar los sonidos y ritmos del discurso real. Se trata, siguiendo similares planteamientos de Wordsworth y Emerson, de jugar con ciertos patrones discursivos que son naturales a una cultura y que permiten ser resaltados o contrastados mediante el patrón rítmico del metro. El propio Frost nos recuerda que una buena frase tiene un doble cometido: "expresa un significado mediante las palabras y la sintaxis y otro mediante el tono de voz que indica. En la ironía, las palabras pueden decir una cosa, el tono de voz otra”. Frost formuló esta poética de “el sonido del sentido” para encajar un fenómeno al que estaba dando expresión en su práctica poética, tal como le había sucedido también a  multitud de poetas antes que él: oponer la línea acústica base del verso métrico a las melodías irregulares del habla idiomática. La originalidad de Frost estriba en acomodar el sonido del sentido al habla rural de Nueva Inglaterra, un dialecto del que nadie antes se había servido para fines poéticos.  Pero como señala el traductor Andrés Catalán en el excelente estudio a la Poesía Completa de Frost –Linteo Poesía-, “en última instancia, el interés de Frost por el habla cotidiana tiene que ver con un contexto de atención a la intimidad humana, a la gente en su quehacer diario y menudo.” Pero quizás la grandeza de Frost estriba en haber insertado estos quehaceres cotidianos sobre un fondo de naturaleza a menudo hostil y que genera el contexto trágico en el que se mueven sus personajes poéticos, creando unos dramas y unos mitos rurales que irradian significado, ensanchando con sencillez los márgenes del poema hasta convertir inesperadamente el conjunto en una elocuente glosa de la condición humana.


 

EL  CAMINO NO ELEGIDO

Dos caminos se abrían en un bosque amarillo,

Y triste por no poder caminar por los dos,

Y por ser un viajero tan solo, un largo rato

Me detuve, y puse la vista en uno de ellos

Hasta donde al torcer se perdía en la maleza.

 

Después pasé al siguiente, tan bueno como el otro,

Posiblemente la elección más adecuada

Pues lo cubría la hierba y pedía ser usado;

Aunque hasta allí lo mismo a cada uno

Los había gastado el pasar de las gentes,

 

Y a ambos por igual los cubría esa mañana

Una capa de hojas que nadie había pisado.

¡Ah! ¡El primero dejé mejor para otro día!

Aunque tal y como un paso aventura el siguiente,

Dudé si alguna vez volvería a aquel lugar.

 

Seguramente esto lo diré entre suspiros

En algún momento dentro de años y años

Dos caminos se abrían en un bosque, elegí…

Elegí el menos transitado de ambos,

Y eso supuso toda diferencia.


 

 

 

POR MI MISMO

Uno de mis deseos es que esos oscuros árboles,

Tan ancianos y firmes que apenas se alteran con la brisa,

No fueran, digamos, la máscara solamente de una sombra,

Sino que hasta el último abismo se extendieran.

 

Pero no solo no me detendrán sino que un día

Hacia su vastedad me atreveré a deslizarme,

Sin miedo a no encontrar jamás el campo abierto,

O una carretera donde la lenta rueda esparza arena.

 

No veo por qué debiera alguna vez volverme,

O por que no debieran perseguir mi rastro

Para alcanzarme, aquellos que aquí me echan de menos

Y ansían saber si todavía les tengo alguna estima.

 

No me encontrarán distinto de aquel que me conocieron:

Solamente más seguro de todo lo que creía cierto.

 

 

AL VIENTO DEL DESHIELO

¡Ven con lluvia, oh ruidoso suroeste!

Trae al cantor, trae las nidadas;

Da a la enterrada flor un sueño;

Haz humear el asentado montículo de nieve;

Encuentra bajo lo blanco lo marrón;

Pero hagas lo que hagas esta noche,

Baña mi ventana, hazla fluir,

Derrítela según se esfuma el hielo;

Funde el cristal y deja los montantes

Como un crucifijo de ermitaño;

Irrumpe en mi pequeño cuarto;

Tuerce el cuadro en la pared;

Las páginas agita y pásalas rápidamente;

Esparce los poemas sobre el suelo;

Por la puerta echa de aquí al poeta.

 

 

UNA ORACIÓN EN PRIMAVERA

Oh, otórganos placer en las flores de hoy;

Y concédenos no pensar en largo plazos

Como la incierta cosecha; guárdanos aquí

Con total sencillez en el nacimiento del año.

 

Oh, otórganos placer en el huerto tan blanco,

Como nada más de día, como fantasmas por la noche;

Y haznos felices con las felices abejas,

El enjambre alrededor de los árboles perfectos.

 

Y haznos felices con el veloz vuelo del pájaro

Que sobre las abejas se escucha de repente,

El meteoro que se lanza con su pico de aguja,

Y sobre una flor suspendido se detiene.

 

Porque esto es amor y nada más es amor,

El que está reservado a Dios en las alturas

Para santificarlo al fin que Él considere,

Pero que sólo nos exige que cumplamos.

 

DESPRECIADOS

Nos dejan tan a solas en la dirección que tomamos,

Como a dos en los que su error se probó cierto,

Que a veces nos sentamos al borde del camino,

Con cierto aire travieso, vagabundo, seráfico,

E intentamos no sentirnos abandonados.

 

EN UN VALLE

Durante mi juventud vivimos en un valle

Junto a un pantano que toda la noche resonaba,

Y era a causa de las pálidas doncellas

Que tan bien conocía, a rastras las vestiduras

Entre los juncos hasta la luz de una ventana.

 

El pantano tenía toda suerte de flores,

Y por cada flor había un rostro

Y una voz que en mi habitación se ha oído

Desde la oscuridad exterior hasta el alféizar.

A su puesto acudían de una en una,

Pero todas llegaban cada noche con la niebla;

Y casi siempre venían con tanto que contar,

Cosas trascendentes que alguien, bien lo sabían,

Tan solitario iba a oír de tan buen grado,

Que las estrellas casi se apagaban en el cielo

 

Antes de que la última se fuera, cubierta de rocío,

De vuelta al lugar de donde había venido:

Allí donde el ave estuvo antes de su vuelo,

Allí donde la flor estuvo antes de brotar,

Allí donde ave y flor fueron uno y lo mismo.

 

 

SEGANDO

Junto al bosque jamás se oyó otro sonido salvo este,

Mi larga guadaña susurrando a la tierra.

¿Qué era lo que susurraba? Ni yo mismo lo sé;

Quizá fuera algo sobre el calor del sol,

Algo, quizá, sobre la ausencia de sonidos…

Y por esa razón susurraba y no hablaba.

Pero no era un sueño que las horas ociosas regalaran,

Ni un oro fácil en mano de hada o elfo:

Fuera de la verdad, todo le habría resultado endeble

Al minucioso amor que alineó las zanjas,

A las que no faltaban flores de punta delicada

(orquídeas blancas), y asustó una serpiente de verde reluciente.

Los hechos son el sueño más dulce que la labor conoce.

Mi larga guadaña susurró y allí dejó que se hiciera el heno.

 

 

LA POSICIÓN ESTRATÉGICA

Si me canso de los árboles de nuevo acudo a los hombres,

Bien sé a dónde dirigirme con premura: al amanecer,

A una ladera donde el ganado atiende el césped.

Allí recostado entre el colgante enebro,

Sin que nadie me vea, observo definidas en blanco

A lo lejos las casas de los hombres, y aún más lejos,

Las tumbas de los hombres en la colina opuesta,

Vivos o muertos, a quienes haya que hacer caso.

 

Y si al mediodía tengo ya suficiente,

No tengo más que girar sobre mi brazo, y he aquí

La ladera quemada bajo el sol hace brillar mi rostro,

Como una brisa mi respiración agita las azules florecillas,

Huelo la tierra, huelo la magullada planta,

Con atención estudio el agujero de la hormiga.

 

 

REVELACIÓN

Por propia voluntad nos ocultamos

Tras ligeras palabras de desdén y de burla,

Pero ah, cuánta inquietud de corazón

Hasta que alguien de veras nos descubre.

 

Es una lástima que la ocasión requiera

(según entendemos) que al final

Hablemos de forma literal para infundir

Comprensión en un amigo.

 

Pero así con todos, desde las criaturas que juegan

Al escondite hasta el lejano Dios,

Todos los que se ocultan demasiado

Han de hablar y aclararnos dónde están.

 

 

LA MATA DE FLORES

Una vez fui a voltear la hierba después de que alguien

La segara con el rocío antes de salir el sol.

 

El rocío que había facilitado la labor de su hoja

Había desaparecido al llegar yo a la allanada escena.

 

Tras una isla de árboles intenté hallarlo;

El ruido de su piedra de afilar busqué en la brisa.

 

Pero se había marchado, toda la hierba ya segada,

Y yo debía estar, como él había estado, solo,

 

“Como todos deben de estar “, me dije a mí mismo,

“tanto como si trabajan juntos o lo hacen separados”.

 

Pero según lo decía junto a mí pasó, veloz,

Con silenciosas alas una desconcertada mariposa,

 

Buscando con memoria debilitada por la noche

El asiento de la flor con la que ayer se deleitaba.

 

Y me di cuenta de que volaba dando vueltas y vueltas

Por donde una flor yacía marchitándose en el suelo.

 

Y después voló tan lejos como alcanzaba la vista,

Y después con alas temblorosas regresó junto a mí.

 

Se me ocurrieron preguntas que no tienen respuesta,

Y habría retomado la tarea de aventar la hierba;

 

Pero ella volvió primero, y guió mis  ojos

Hasta una alta mata de flores al lado del arroyo,

 

La lengua saltarina de una flor que la guadaña había perdonado

Junto al arroyo con juncos que a la guadaña había detenido.

 

Al segador entre el rocío le gustaron, y las dejó

Allí para que florecieran, pero no para nosotros,

 

Ni siquiera para provocar que pensáramos en él,

Sino por pura y desbordante alegría esa mañana.

 

La mariposa y yo nos habíamos tropezado,

No obstante, con un mensaje del amanecer,

 

Que me hizo oír las aves que alrededor despertaban,

Y oír su larga guadaña susurrando a la tierra,

 

Y sentir un espíritu afín al mío;

De manera que en adelante ya no trabajé solo;

 

Alegre a su lado, trabajé como si me ayudara,

Y agotado, busqué la sombra con él a mediodía;

 

Y soñando, por así decirlo, hablé fraternalmente

Con alguien cuyo pensamiento nunca esperé alcanzar.

 

“Los hombres trabajan juntos”, le dije de corazón,

“tanto como si trabajan juntos o lo hacen separados”.

 

 

EL JUICIO DE LA EXISTENCIA

Hasta los más valientes, tras morir

No ocultarán su sorpresa

Tras despertar y hallar que el valor reina,

Tanto como en la tierra, en el paraíso;

Y tras fatigar sin su espada

Vastos campos de asfódelos eternamente,

Descubrir que la mayor recompensa

De la audacia es seguir siendo audaz.

 

La luz del cielo cae íntegra y blanca

Sin fragmentarse en múltiples matices,

La luz siempre es la luz de la mañana;

Las colinas son verdes con sus pastos;

Las huestes angelicales desfilan con vigor

Y buscan con una carcajada qué afrontar;

Y envolviéndolo todo está la nieve silenciosa

De la ola rompiente en la distancia.

 

Y desde lo alto de un acantilado se proclama

La reunión para el nacimiento de las almas,

El llamado juicio de la existencia,

El oscurecimiento sobre la tierra.

¡Y los sesgados espíritus que marchan

En corrientes a través y también en contra

No pueden evitar prestar oídos a ese dulce grito

Debido a los sueños que sugiere!

 

Y los más indolentes se giran

Para ver una vez más el sacrificio

De aquellos que por alguna buena causa

De buen grado renunciarán al paraíso.

Y una blanca y brillante multitud se precipita

Hacia el trono para allí presenciar

El tránsito de las devotas almas

A las que Dios presta un especial cuidado.

 

Y ninguna es elegida si así no lo desea

Tras recibir primero explicación de la vida

Que le aguarda en la tierra, el bien y el mal,

Más allá de la sombra de una duda;

Y muy hermosamente Dios retrata,

Y con ternura, el sueño diminuto de la vida,

Pero nada se minimiza o sea atenúa

Al delinear aquello que es supremo.

 

Ni tampoco falta entre el gentío

Un espíritu que sencillamente se adelante,

Heroico en su desnudez,

El relato de sus cosas humillantes

Suena más noble allí que bajo el sol;

Y la cabeza gira y canta el corazón,

Y un grito da la bienvenida al audaz.

 

Pero siempre Dios habla al final:

“en la agonía de la lucha un pensamiento

Por amigo lo tendría el más valiente:

El recuerdo de que escogió la vida;

Pero el destino tan puro al que te abocas

No permites que recuerdes la elección,

Pues la amargura no sería la amargura terrenal

A la que das tu aprobación”.

 

Así la decisión debe tomarse otra vez,

Aunque la elección final sea la misma;

Y la admiración entonces sobrepasa el asombro,

Y se hace el silencio por toda aclamación.

Y Dios ha cogido una flor de oro

Y la ha partido, y de ella ha tomado

El vínculo místico para atar y sujetar

El espíritu a la materia hasta su muerte.

 

Esa es la  esencia de la vida:

Aunque elijamos con grandeza, seguiremos

Careciendo de una clara memoria perdurable,

Pues la vida nos reserva en su tortura

Tan solo aquello que, de algún modo, escogimos;

Y así de todo orgullo nos despojan

En todo este dolor de un solo desenlace

Y que aguantamos, perplejos y abatidos.

 

 

AHORA CIERRA LAS VENTANAS

Ahora cierra las ventanas y silencia los campos;

Si se mecen los árboles, que en silencio lo hagan;

Ningún pájaro canta ahora, y si lo hace,

Perdérmelo es cosa mía.

 

Tardará en regresar la vida a la marisma,

Tardará en regresar el primer pájaro:

Cierra pues las ventanas y no oigamos el viento,

Miremos solamente su revuelo.

 

 

EN LOS BOSQUECILLOS DE HOJA CADUCA

¡Las mismas hojas una y otra vez!

Caen, dejando desde lo alto de dar sombra

Para formar una textura de marrón desleído

Y pegarse a la tierra como un guante de cuero.

 

Antes de que las hojas puedan subir de nuevo

A rellenar los árboles con una nueva sombra,

Más allá de todo lo que asciende han de bajar.

Hasta la oscura podredumbre bajarán.

 

Han de atravesarlas las flores y ponerse

A los pies de las flores danzarinas.

Comoquiera que sea en otros mundos

Sé que en el nuestro el camino es este.

 

 

RETICENCIA

A través de los campos y los bosques

Y sobre las cercas deambulé;

He subido a los altos oteros

Y mirado hacia el mundo y descendido;

Por la carretera he vuelto a casa,

Y mira, se ha acabado.

 

Todas muertas están las hojas sobre el suelo,

Salvo esas que el roble conserva todavía

Para ir desenredando una a una

Y dejarlas ir rozando y arrastrándose,

Alejándose sobre la nieve endurecida,

Mientras los demás están durmiendo.

 

Y las hojas muertas yacen en un quieto montón,

Nunca más llevadas por el viento de aquí a allá;

La última aster solitaria ha desaparecido;

Las flores del avellano se marchitan;

El corazón aún ansía continuar la búsqueda,

Pero los pies preguntan “¿hacia dónde?”.

 

Ah, ¿cuándo para el corazón del hombre

Supuso algo menos que traición

Dejarse ir con la deriva de las cosas,

Ceder a la razón con elegancia,

Y doblegarse y aceptar que han acabado

Un amor o una estación?

 

 

 

LA MANCHA DE NIEVE

Hay una mancha de nieve en una esquina

Que debería haber supuesto

Que era un periódico al que la lluvia

Había hecho detenerse.

Está salpicada de mugre como si

Pequeñísimas letras la cubrieran,

Las noticias de un día que he olvidado…

Si es que alguna vez las leí.

 

 

EL TELÉFONO

“Cuando llegué lo más lejos que podía caminar

Desde aquí hoy,

Hubo un momento

De completa calma

Cuando al inclinar la cabeza sobre una flor

Te oí hablar.

No digas que no, puesto que te oí decir…

Hablaste desde esa flor sobre el alféizar…

¿Te acuerdas de qué fue lo que dijiste?”.

 

“Primero cuéntame que es lo que crees que oíste”.

 

“Tras encontrar la flor y espantar una abeja

Me acerqué,

Y sosteniéndola por el tallo,

Presté oídos y creo que oí la palabra…

¿Cuál fue? ¿Me llamaste por mi nombre?

O es que dijiste…

Alguien dijo “Ven…” Lo escuché al inclinarme”.

 

Puede que lo pensara, pero no en voz alta”.

 

“Bueno, pues he venido”

 

 

EL ARROYO DE LAS RANITAS

Hacia junio nuestro arroyo ni canta ni corre.

Si mucho después se lo busca, se lo encuentra

O bien refugiado bajo tierra, corriendo a tientas

(y habiéndose llevado consigo a toda la prole

De ranitas que gritaba en la niebla el mes anterior,

Como una ficción de cascabeles en la nieve ficticia),

O bien florecido y brotado en nometoques,

En un débil follaje al que dobla el viento

En dirección contraria de la que corría el agua.

El lecho lo cubre un pliego de papel descolorido

Hecho de hojas muertas, pegadas por el calor:

Un arroyo tan solo para quien lo recuerda.

La forma en que se lo verá será otra muy distinta

Que a los arroyos que otras canciones cantan.

Lo que amamos, lo amamos por lo que es.

 

 

ATADO Y LIBRE

El amor tiene a la tierra, a quien se agarra,

Con colina y brazos por todo alrededor…

Muralla tras muralla para expulsar el miedo.

Pero el Pensamiento no necesita tales cosas,

Pues tiene el pensamiento dos intrépidas alas.

 

En la nieve y la arena y en la turba, veo

Dónde ha dejado el Amor su huella impresa

Al luchar contra el mundo que lo abraza.

Y así es el Amor y así le gusta ser.

Pero libre los tobillos tiene el Pensamiento.

 

El Pensamiento surca el oscuro universo

Y en el disco de Sirio pasa toda la noche

Hasta que el día le obliga a retornar,

Con olor a quemado en cada pluma,

Volando, pasando el sol, hasta la tierra.

 

Sus victorias celestes son las que son.

Pero se dice que el Amor siendo un esclavo

Y simplemente estando quieto todo lo posee,

Bellezas varias que el Pensamiento encuentra

Fundidas en otra estrella tras viajar muy lejos.

 

 

UN ENCUENTRO

Una vez un día claro de esos que preceden a la tormenta,

Cuando el calor va dando paso a la calima y el sol

Por su propia fuerza parece estar deshecho,

A ratos me aburría, a ratos caminaba por un bosque

Pantanoso de cedros. Ahogado en la resina

Y el polvillo de las plantas, cansado y sofocado,

Arrepentido de haber abandonado el camino conocido,

Me detuve a descansar en una especie de percha

Que me sostenía del abrigo, igual que en una silla,

Y al no haber otro sitio hacia donde mirar,

Miré hacia el cielo, y allí contra el azul,

Se erguía sobre mí un árbol resucitado,

Un árbol que había caído y vuelto a levantarse:

Un espectador descortezado. También él se detuvo,

Como si tuviera miedo de pisarme.

Advertí la extraña posición que adoptaban sus manos:

Sobre los hombros, arrastrando unos cables amarillos

Con algo en su interior que iba de hombre a hombre.

“¿Tú por aquí?”, le dije. “¿Por dónde no andas hoy en día?

¿Y cuáles son las noticias que llevas… si las sabes?

Y cuéntame a dónde te diriges… ¿Montreal?

¿Yo? Yo no me dirijo a ningún sitio.

A veces paseo lejos de los caminos trillados

A ver si doy con una de las orquídeas Calipso”.

 

 

LOCALIZACIÓN DE RANGOS

La batalla desgarró una tela de araña engarzada en diamantes

Y tronchó una flor junto al nido de un ave sobre el suelo

Antes de que llegara a manchar un solo pecho humano.

La malograda flor se dobló por la mitad y así quedó colgando.

Y aun así el ave regresó a visitar a sus polluelos.

La mariposa a la que su llegada había desalojado

Buscó su flor un instante desde el aire y después

Bajó con suavidad y con un aleteo volvió a asirse.

Sobre el desnudo prado de arriba se había desplegado

Durante la noche un ovillo de hilo entre tallos de acebustre

Y unos cables en tensión perlados de rocío.

Una repentina bala pasajera los secó de una sacudida.

La araña residente a la mosca corrió a dar la bienvenida,

Pero al no encontrar nada, se retiró hoscamente.               

 

 

ABEDULES

Cuando veo los abedules torcidos a uno y otro lado

Entre hileras de árboles más oscuros y enhiestos,

Me gusta pensar que en ellos se ha columpiado un niño.

Pero empujarlos no los deja doblados para siempre

Como hacen las tormentas de aguanieve. Los habrás visto

 

 

 

LA ESPOSA DE LA COLINA

SOLEDAD

Según ella

Uno no debería tener que preocuparse

Tanto como tú y yo

Cuando los pájaros rodean la casa

Y parece que dicen adiós;

 

O preocuparse tanto cuando regresan

Con lo que sea que cantan;

La verdad es que estamos

Demasiado alegres por lo uno

 

Y demasiado tristes por los otros…

Con pájaros que no se hinchan el pecho

Sino con los demás y con sí mismos

Y sus nidos construidos o usurpados.

 

 

“APÁGATE, APÁGATE…”

La sierra circular gruñía y tamborileaba en el patio

Y producía serrín y arrojaba astillas largas como leños,

Material de un aroma dulzón cuando le daba la brisa.

Y si alguien desde allí levantara la vista podría contar

Cinco cadenas de montañas una tras otra

Alejándose hacia Vermont bajo la puesta de sol.

Y la sierra gruñía y tamborileaba, gruñía y tamborileaba,

cuando iba ligera y cuando llevaba mucha carga.

Y nada sucedía: el día se acercaba a su fín.

Por hoy ya basta, ojalá hubiera dicho

Por darle gusto al chico, regalándole la media hora

Que un chico valora tanto cuando se la ahorra del trabajo.

Su hermana se acercó a ellos con el mandil puesto

A decirles: “La cena”. Al punto, la sierra,

Como para demostrar que las sierras saben qué significa la cena,

Saltó hacia la mano del muchacho, o pareció que saltaba…

Seguramente él ofreció la mano. Como quiera que fuese,

Ninguna de las dos rehusó el encuentro. ¡Pero ay la mano!

El primer grito del chico fue una carcajada acongojada

Mientras se tambaleaba hacia ellos sosteniendo la mano

A medias como súplica, pero a medias como si quisiera

Evitar que la vida se le derramara. Después el chico vio que todo

-puesto que era suficientemente mayor para saberlo, un muchachote

Haciendo el trabajo de un hombre, aunque aún niño de corazón-

Que todo estaba  perdido. “No dejéis que me corte la mano…

El médico, cuando llegue. ¡No le dejes, hermana!”

Y así. Pero la mano estaba ya perdida.

El médico lo envió a la oscuridad del éter.

Se tendió y los labios se le hincharon al respirar.

Y después… el que le controlaba el pulso se espantó.

Nadie podía creérselo. Atendieron a su corazón.

Poco… aún menos…!nada…! y ahí acabó.

Nada más que agregar. Y los demás,

Ya que no eran el muerto, volvieron a sus asuntos.

 

 

LA CUADRILLA DE LA LÍNEA

Ahí viene la cuadrilla de la línea abriéndose camino.

Abajo echan un bosque, más roto que talado.

Plantan árboles muertos donde los vivos, y los muertos

Los atan unos a otros con un cable muy vivo.

Encuerdan un instrumento bajo el cielo

Por donde las palabras, ya sean pulsadas o habladas,

Correrán tan calladas como los pensamientos,

Pero ellos al encordarlo no se callan: pasan

Voceando a lo lejos para que tensen los cables,

Para que los sujeten con fuerza hasta afianzarlos,

Para que los suelten… ya lo tienen. Con una carcajada,

Un juramento de ciudades que al bosque menosprecia

Nos trae hasta aquí teléfono y telégrafo.

 

 


 

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