jueves, 19 de abril de 2018

POETAS 2. José Angel Valente VII ("No amanece el cantor")







José Ángel Valente do Casar nace en Orense el 25 de abril de 1929, en el seno de una familia de clase media. El mundo provinciano que tuvo que respirar durante su infancia  y adolescencia queda rememorado peyorativamente en alguna de sus obras. Estudia las primeras letras con los jesuitas y el bachillerato en el instituto provincial. En 1946 publica su primer poema, en una época en que aún utiliza el gallego como lengua poética. Empieza a estudiar derecho en Santiago, pero se traslada enseguida a Madrid. Allí deja en un segundo plano los estudios jurídicos para centrarse en los filológicos, que culmina en una licenciatura, con premio extraordinario, en 1954. Este año va a ser capital también para su poesía al  presentarse simultáneamente a los premios Boscán y Adonáis con dos libros distintos. Gana el Adonáis con A modo de esperanza, adquiriendo notoriedad como joven promesa entre los poetas de su generación. Pero lo que le va a diferenciar de sus compañeros de  promoción será el  hecho de que, a partir de este poemario, todos sus libros serán escritos fuera de España.
Se traslada a la universidad de Oxford, donde trabaja y completa su formación entre 1955 y 1958, impartiendo clases, lo que le confiere el título de Master of Arts. De allí pasa a Ginebra como traductor de la ONU, hasta el año 1980. Casi toda su vida de adulto trascurrirá en el extranjero, en lo que se ha venido considerando una suerte de exilio voluntario. La distancia no impide que publique periódicamente en distintas revistas literarias. El alejamiento de una España que le resulta poco tolerable va a marcar el signo de su poesía. Este distanciamiento de su país se va a ensanchar aún más a raíz de la publicación de su cuento “el uniforme del general”, en 1971, por el que es sometido a un consejo de guerra. En 1975 va a París como jefe del servicio de traducción española de la UNESCO. En 1985 decide radicarse en Almería.  Sus últimos años van a estar marcados por una tragedia familiar al morir uno de sus hijos por  sobredosis en 1989, algo que va a dejar también su eco en la parte final de su obra.  Muere en Ginebra el 18 de julio de 2000, ciudad a la que había ido en busca de curación para una enfermedad de pulmón.
Valente ha revelado su concepción de la poesía en diversos artículos y libros de ensayo.  Para Valente, el creador no se enfrenta a unos hechos o ideas que se han de comunicar, sino a un “material de experiencia no previamente conocido”, un material informe que sólo por el lenguaje podemos sondear. En palabras de Valente, “el poeta no opera sobre un conocimiento previo del material de la experiencia sino que ese conocimiento se produce en el mismo proceso creador”. Desde estas premisas no resulta ya rara la exploración que el poeta realizará  a lo largo de su obra por los dominios de la mística. Al igual que la mística, la poesía no está para expresar vivencias sino para indagar y conocer esas vivencias. Toda la evolución de Valente describe la trayectoria que va de una poesía incluida por Leopoldo de Luis en su antología de la poesía Social hasta la poesía de su obra más madura que se sitúa en la frontera que separa el silencio del lenguaje. Su poesía, desnuda y de extrema concisión, se sumergirá, con el paso del tiempo, en las corrientes de la mística, pero sin abandonar nunca las preocupaciones éticas y meditativas. Esta exigencia moral se volcará en su primera etapa denunciando los horrores de la guerra civil y la sordidez de la postguerra. Entre los escritores que influyeron en su obra se encuentran, por su parte mística y silente, San Juan de la Cruz, Lautreamont, Rimbaud  y Lezama Lima; por la parte donde resuena su dolor íntimo y cívico, Quevedo, Cernuda y César Vallejo

Su obra comienza con la publicación en 1955 de A modo de esperanza, que llamo la atención de lectores y críticos por la originalidad de sus modos expresivos: una desnudez que huye de lo anecdótico para alcanzar categoría de símbolo. Es recurrente el tema de la guerra civil vista a través de los ojos de un niño y toda la asfixia de la postguerra bajo una dictadura.  En su nuevo libro La memoria y los signos (1966), se funde la mirada retrospectiva con los trágicos sucesos de la historia colectiva. En Siete representaciones (1967), juega con las sugerencias de los siete pecados capitales. En Presentación y memorial para un monumento (1970) recorre la historia de la infamia y el horror a través de las doctrinas que han intentado instaurar un orden providencial en el mundo, desde el nazismo hasta la persecución anticomunista en los Estados Unidos.   El aire de denuncia y malestar se hace más sofocante en su siguiente libro, el inocente. En Interior con figuras, (1977) profundiza en el mundo interior, en los intríngulis del conocimiento y el lenguaje. Entretanto, Valente ya ha llevado a cabo su exploración ética desde la crítica de lo colectivo hasta una crítica de la moral individual que empezó a aparecer en Siete representaciones.  También empieza a despuntar  la sátira y la parodia, aprendida en Goya y en Quevedo, y que se desata en Memorial para un monumento.  La nueva trayectoria que va a trazar por los caminos de la mística comienza a anunciarse en su siguiente libro de poesía, Material memoria, (1978). Ya en su libro de ensayos Las palabras de la tribu (1971) había aludido a “la hermenéutica y la cortedad del decir” de la tradición mística. En esta tradición ahonda al preparar una edición del místico Miguel de Molinos sobre la guía espiritual, que influirá en su ya aludido libro Material memoria. A juicio de Andrés Sánchez Robaina, se trata de  “un escoramiento tanto hacia una radical fundamentación metafísica como hacia un fragmentarismo no menos radical inscritos en lo que el autor ha llamado estéticas de la retracción, es decir, de formas breves propias de un sector de la poesía, la pintura o la música contemporáneas”. Su apuesta por la estética del silencio y la desnudez propias de la mística va a generar en su poesía “imágenes de desnudez, de transparencia o de errancia incondicionada del ser”. Es a partir de este libro, Material memoria, donde su lenguaje sufre, bajo la influencia de San Juan de la Cruz, una gran metamorfosis, una “radicalización estética y moral”, en palabras de Robaina. Esta profundización en la poesía mística le conduce de forma natural hacia las tradiciones místicas árabe y judía. En seis lecciones de tinieblas, (1980), busca que el lector se vaya desprendiendo de la palabra como referencia para que emerja con toda la fuerza su referente, el cuerpo material de la letra con todas sus sugerencias: a través de las letras del alfabeto hebreo logra trenzar un espontáneo mundo de imágenes procedentes de la cábala. Su siguiente libro insiste en el camino de la mística ya desde el mismo título, Mandorla, (1982,) el cual  remite al centro; se trata de la almendra mística que centra y absorbe al visionario. Tras escribir Fulgor, 1984, va a continuar, en Al Dios del lugar, (1989) el proceso de vaciamiento interior que trata de abolir todo sentido para acabar encontrándolo en el peldaño superior del “no entender” sanjuanista. En palabras de Carmen Martín Gaite, “parece como si el poeta hubiera dado un paso aún más audaz en su camino hacia el vacío, hacia la asunción de lo inefable”. En este libro, como en el que le sigue, No amanece el cantor, 1992, va a culminar su evolución hacia lo prosístico y fragmentario; "la escritura fragmentaria –en palabras de Jacques Ancet-no como residuo sino comienzo, fundación, apertura”. El fragmento llega a erigirse en una sola frase en el medio de una página en blanco: “No pude descifrar, al cabo de los días y los tiempos, quién era el dios al que invocara entonces”, dice el texto completo de uno de sus poemas. En “No amanece el cantor” contiene una elegía por el hijo muerto que se convierte en una dolorida endecha: “Ni una palabra ni el silencio. Nada pudo servirme para que tú vivieras”. El ciclo poético de Valente se cierra con “Fragmentos de un libro futuro (2000), publicado el mismo año de su muerte. A su obra poética hay que añadir la ensayística, que ha girado en torno a sus preocupaciones literarias. La mayor parte de sus trabajos se han reunido en Las palabras y la tribu (1971), Variaciones  sobre el pájaro y la red (1991) y la experiencia abisal (2004).





Los poemas que se seleccionan aquí proceden del libro publicado en 1993, "No amanece el cantor".





NO AMANECE EL CANTOR


El Cuerpo del amor se vuelve transparente, usado como fuera por las manos. Tiene capas de tiempo y húmedos, demorados depósitos de luz. Su espejo es la memoria donde ardía. Venir a ti, cuerpo, mi cuerpo, donde mi cuerpo está dormido en todas tus salivas. En esta noche, cuerpo, iluminada hacia el centro de ti, no busca el alba, no amanece el cantor.
No dejéis morir a los viejos profetas pues alzaron su voz contra la usura que ciega nuestros ojos con óxidos oscuros, la voz que viene del desierto, el animal desnudo que sale de las aguas para fundar un reino de inocencia, la ira que despliega el mundo en alas, el pájaro abrasado de los apocalipsis, las antiguas palabras, las ciudades perdidas, el despertar del sol como dádiva cierta en la mano del hombre.

La paciencia del sur. Sus enormes lagartos extendidos. El caparazón oscuro de la noche mordido por la sal. No llega la pregunta a convertirse en signo. Interrogar, ¿por qué? ¿Quién nos respondería desde la plenitud solar sin destruirnos?

Tenía el mar fragmentos laminares de noche. Los arrojaba al día. Para que el ave tendida de la tarde no pudiera olvidar su origen en los terribles pozos anegados del fondo.

Y tú  ¿de qué lado de mi cuerpo estabas, alma, que no me socorrías?

Inmersión de la voz. Las aguas. Entraste en el origen. Cabeza decapitada junto al mar. Después no quedan más silencios.

Veo, veo. Y tu ¿qué ves? No veo. ¿De qué color? No veo. El problema no es lo que se ve, sino el ver mismo. La mirada, no el ojo. Antepupila. El no color, no el color. No ver. La transparencia.

El centro es un lugar desierto. El centro es un espejo donde busco mi rostro sin poder encontrarlo. ¿Para eso has venido hasta aquí? ¿Con quién era la cita? El centro es como un círculo, como un tiovivo de pintados caballos. Entre las crines verdes y amarillas, el viento hace volar tu infancia –Deténla, dices. Nadie puede escucharte. Músicas y banderas. El centro se ha borrado. Estaba aquí, en donde tú estuviste. Veloz el dardo hace blanco en su centro. Queda la vibración ¿la sientes todavía?

Los muslos de la mujer eran largos y húmedos. El fino vello brillaba dorado al sol. Interminable profundidad si fondo de la piel. Cuando reía, parecía su risa estremecerle el sexo y desatar bandadas por el aire de indeclinables pájaros. Brotaba allí, me dije, como otras tantas cosas de la naturaleza
                                                                               (Jardín botánico)






What killed the dinosaurios?, preguntas mientras clavas en mi pupila tu pupila azul. ¿O quién? ¿Tú misma, un meteoro, una erupción volcánica? ¿Murieron uno a uno apuñalados o fueron víctimas tempranas de una súbita y calculada exterminación?
                                                          
(Anotación para un fin de siglo)





El otro fatigado envuelto en sangre de las tierras del sur. Los perros vagabundos llegaban hasta el límite frío de los vientos para morir. Nadie habitaba ya el lugar incierto. Óxidos. Nadie. Los luminosos cuarzos amarillos incendiaba en su rápido descenso el sol. Después, la sombra como una antorcha helada en todos los caminos que llevan al vacío. La soledad hambrienta devora las figuras. Sube el silencio contra el cielo, enorme, como un grande alarido.

Dedos sobre el tambor, la piel tendida, el aire que se llena de un susurro de huellas dactilares, de comienzos de oír, de oídos o silencios súbitos, plenitud del sonido, el silencio es la pura plenitud del sonido. Acelerada percusión. Los dedos. La llamada del dios. Los dedos solos sobre el puro temblor.
Quería escribir Unter den linden. Escribir las palabras en el mismo lugar al que designan. Igual que los graffiti. Decir ante un simbólico público alemán Der Tod iste in Meister and Deuschland. Como si yo mismo fuese un campesino de esta tierra. Decirlo co amor y con tristeza. El día dos de noviembre, un día de difuntos, de mil novecientos noventa, ya casi al ´termino del siglo, el aire es tenue aquí y frío y luminoso. Una niña cruza en bicicleta, haciendo largas eses descuidadas, los vestigios del límite aún visibles
                                                                                             (Berlin)






PAISAJE CON PÁJAROS AMARILLO

De tu anegado corazón me llega, como ante tu voz, el vaho oscuro de la muerte. Habítame con ella. Ni siquiera la muerte pueda de mi jamás arrebatarte.

La hora puntual. O acudiste a la cita. Ausente. Forma final de tu esperanza ciega: el vuelo roto de la tarde y la explosión al fin de tanta sombra.

Sobre la arena trazo con mis dedos una doble línea interminable como señal de la infinita duración de este sueño.

Lentamente. Del otro lado. Yo apenas podía ahora oír tu voz.

En mis ojos se agolpa repentina la luz. Como si tú, de pronto, volvieras a la vida.

Cuerpo de un desconocido. Levantamiento de tu cuerpo en el atardecer anónimo. Ya no quedaba en ti señal alguna que te hiciera nuestro.

Ni la palabra ni el silencio. Nada pudo servirme para que tu vivieras.

Me parecía ahora como si quedase en suspenso el amor. Y no era eso. Tan sólo tu no volverías nunca.
Paisaje sumergido. Entré en ti. En ti entréme lentamente.

Entré con pie descalzo y no te hallé. Tú, sin embargo, estabas. No me viste. No teníamos ya señal con que decirnos nuestra mutua presencia. Cruzarse así, solos, sin verse. Pájaros amarillos. Transparencia absoluta de la proximidad.

Tarde final. Declina pálida la luz. Yo fluyo desde la herida abierta en mi costado hacia el endurecido río de tus venas.

Convergencia. La hoja cae sobre la hoja. La lluvia en la extensión total del llanto.

Yo creí que sabía un nombre tuyo para hacerte venir. No sé o no lo encuentro. Soy yo quien está muerto y ha olvidado, me digo, tu secreto.

Un hombre lleva las cenizas de un muerto en su pequeño atadijo bajo el brazo. Llueve. No hay nadie. Anda como si pudiera lleva su paquete a algún destino. Se ve andar. Se ve en una paramera sin fin. Al término, el ingreso devorador lo aguarda del ciego laberinto.

¿Qué son estas nubes, dime, que el viento arrastra como cabelleras al término encendido de la tarde? ¿Hiciste tú ese camino? ¿Sin mí lo hiciste? ¿Cuándo?
Al caer la tarde, la no visible mano de un dios te borra como ala de pájaro caído hacia qué densa sombra más allá de la sombra. Disuelto estás, al fin, en tu propia mirada.

Te heriste ahora fatigosamente para no aceptar la mano que ya no se tendía. Duro despojo anónimo, tu cuerpo, en esta tarde incierta. No estaba nadie junto a ti. Entonces, no pudiste morir.

En el espejo se borró tu imagen. O te veía cuando me miraba.

Ahora ya sé que ambos tuvimos una infancia común o compartida, porque hemos muertos juntos. Y me mueve el deseo de ir hasta el lugar en donde estás para depositar junto a las tuyas, como flores tardías, mis cenizas.

Hay una quieta paz metálica en el aire b ajo el tendido gris que el lago inmóvil multiplica. Plata color ceniza el agua, el ala, el vuelo, el aire, el tuyo, el de esta ausencia.

Sabías que sólo al fin sabía yo tu nombre. No el que te perteneciera, sino el otro nombre, el más secreto, aquel al que aún pertenecías tú.

 Ejercemos un arte mínima, pobre, no vendible, salvo en contadas ocasiones, nunca públicas, igual que ésta, aquí, en la tarde, en la hora incierta de la absoluta desaparición.

Que era la soledad, pregunto, el rostro tuyo al fin frente a la nada, el tiempo que de pronto dejaba de ser tiempo empozado en sí mismo, la línea hiriente de oscura luz que invadía tus ojos y tú empezabas a marchar por ella, sin red y sin testigo, cuando se deslizó la sombra por tu sangre hacia tu adentro y allí te desnaciste.

Tu signo era la luna. Tu luz, lunar. Melancolía. Huella tan lenta de tu desaparición. Nunca estuviste tú de mí más próximo.

Soy débil. No sé dónde apoyarme. Vacío está de todo ser el aire. No estás. No estoy. Qué giratorio cuerpo el de la nada.

Tiento las sombras a la caída de la tarde, en la plenitud solar de la mañana, despierto o bien en sueños, y tal vez adelanto los brazos ante mí, palpo el ciego perfil que no consigo nombrar, creo que he visto seres que amo aún y que ya nunca volveré a ver o no me reconocerán ellos a mí, pues quién podría ahora reconocer a quién, cuando tú ya no estás y el último verano arrastró hacia lo lejos tus imágenes, muy lejos, y con ellas la sola referencia cierta a lo visible.

Quisiera haber estado en los lugares en donde tú estuviste, en todos los lugares donde hay acaso aún o sobrevive un fragmento de ti o de tu mirada. ¿Sería este vacío tuyo lacerante lo que hace de pronto un espacio lugar? ¿Lugar, tu ausencia?

No pude descifrar, al cabo de los días y los tiempos, quién era el dios al que invocara entonces.

Lentas siguen las lunas a las lunas, como cede a la luz la luz, los días a los días, el parpado tenaz al mismo sueño. Vivir es fácil. Arduo sobrevivir a lo vivido.

La blancura siniestra de la nieve. El bajo techo gris del aire. Las nueves como bestias abatidas al ras de las techumbres. La lividez del ala o del espacio como placa metálica sobre nuestras cabezas. Ciudad de pálidas usuras. Podrán otros mirarte con más alegre corazón. Jamás el ave que nunca en ti encontró reposo ni morada.




A veces me siento muy próximo a la muerte. Me pregunto a quién puede serle útil esta observación. No escribimos al fin sobre lo útil, pienso. ¿Por qué no decir, pues, una evidente trivialidad? La proximidad de la muerte es el encuentro de dos superficies planas y desnudas que repeliéndose se funden. ¿Eso tan sólo? No sé. Pasar al otro lado no es bastante sin el testimonio cierto del testigo que no he acertado aún a transcribir.

Para cuán poco nos sirvió vivir. Qué corto el tiempo que tuvimos para saber que éramos el mismo. Mientras el pájaro sutil de aire incuba tus cenizas, apenas en el límite soy un tenue reborde inexistente sombra.

Ahora que sentado solitario ante la misma ventana veo caer una vez más el cielo como un lento telón sobre el final del acto, me digo todavía ¿es éste el término de nuestro simple amor, Agone?






NADIE


Al norte
De la línea de sombras
Donde todo hace agua,
Rompientes
En que el mar océano
Se engendra o se deshace,
Y el naufragio inminente todavía
No se ha consumado, ciegamente
Te amo.
                                        (SOS)


Pájaro del olvido
Jamás te tuve más cierto en mi memoria.

Vuelvo ahora
Desde no sé qué sombra
Al día helado del otoño en esta
Ciudad no mía, pero al fin tan próxima,
Donde el sol de noviembre tiene
La última dureza
De lo que ya debiera morir.
                                                 ¿Y es éste el día
De mi resurrección?

Las hojas arrastradas por el viento
Apagan nuestros pasos.

Llegó y ni siquiera sé muy bien quién llega
Ni por qué fue llamado a este convite
Tantos años después.
                                          (Comparación)




De ti no quedan más
Que estos fragmentos rotos.

Que alguien los recoja con amor, te deseo,
Los tenga junto a sí y no los deje
Totalmente morir e esta noche
De voraces sombras, donde tú ya indefenso
Todavía palpitas.
                                    (Proyecto de epitafio)




Se llena a veces el mundo de tristeza.

Los armarios de luna con la imagen de un niño
Navegan en la noche.
                                       El viento llora
Como animal herido,
Solo bajo las nubes.
Los blancos lirios de la  primavera
Nadie podría ahora recordarlos.
                                                          Baja
Tumultuoso el río
Opaco de las sombras.

Piedras. Norte. Estalla
Lejos la luz, muy lejos.

Andemos todavía.
                            (Días de invierno de 1993)



La lluvia cayó sobre las hojas
Hasta agotar los números del tiempo.

El río trajo la bronca imagen de los asesinos
Reflejada en sus aguas más oscuras.
Venían con sus dioses de bolsillo,
Aguardentosos, tristes, ávidos.
El áspero ruido de sus botas
Llegaba hasta las  bóvedas del cielo.

Vosotros os levantasteis hacia el aire
Como bandada de aves indefensas.

No sabéis cuántos murieron,
Cuántos habéis quedado,
Qué quedará de todo y de la luna
Cuando ya nada quede de vosotros.

Fazendeiros de fazendas e mortes
Cheios de sombra.

Quien esté ciego para verlo no merece
Vivir.

El mate ardiente pasa
De una mano a otra mano.

Todas las manos juntas representan
El nuevo nacimiento, el vuestro, el vuestro,
Si aún nos fuera posible
Nacer a vuestro lado
En la tierra sin mal.
              (Redoble por los Kaiowá del
                          Mato Grosso del Sur)





Al lento sol que baja hacia la tarde
Ceder, abandonarse.
                                      Declinación.
El flujo del vivir
Se ha ido deteniendo imperceptible
Como el borde del vuelo o la caricia.
Aún dura leve lo que fuera huella
De su tacto tenue.

No sé si salgo o si retorno.
                                               ¿Adónde?
El fin es el comienzo.
                                     Nadie
Me dice adiós. Nadie me espera.

Entrar ahora en el poniente,
Ser absorbido en luz
Con vocación de sombra.

Y tú, que me has amado, sacrifica
A las divinidades de la noche
Lo más puro de mí
Que en tu secreto reino sobreviva.
                       (Luces hacia el poniente)






Si después de morir nos levantamos,
Si después de morir
Vengo hacia ti como venía antes
Y hay algo en mí que tú no reconoces
Porque no soy el mismo,
Que dolor el morir, saber que nunca
Alcanzaré los bordes
Del ser que fuiste para mí tan dentro
De mí mismo,
Si tú eras yo y entero me invadías
Por qué tan ciega ahora esta frontera,
Tan aciago este muro de palabras
Súbitamente heladas
Cuando más te requiero,
Te digo ven y a veces
Todavía me miras con ternura
Nacida sólo del recuerdo.

Qué dolor el morir, llegar a ti, besarte
desesperadamente
Y sentir que el espejo
No refleja mi rostro
No sientes tú,
A quien tanto he amado,
Mi anhelante impresencia
                           
(Elegía: fragmento)





APÉNDICE


Corona fúnebre

Estaba el muerto sobre sí difunto.
Corrieron las estólidas cortinas de la patria
Sobre su incorruptible podredumbre.
Señor opaco de las moscas.
Su reino no era de este mundo
Ni de otro mundo.
                                  Improvidente error
Y largos cementerios sin fi bajo la luna.
De la muerte nos diera innúmeras versiones.
Padre invertido: nos desengendraba.
Viva la muerte, en círculo dijeron
Co él los suyos.
Viva, con él, al fin la muerte.
La muerte, sus bastardos, sus banderas.
                                                         [1975]









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